Desde el año 2009 se viene celebrando a nivel internacional lo que ha recibido el nombre de Fashion Night Out (una vez más el inglés se impone como el idioma más internacional y
de entre todos los demás). En tiempos en los que la crisis aprieta, ni sectores tan poderosos como lo es el de la moda se salvan de resentirse; por ello, ni más ni menos y para sorpresa de muchos, surgió este acontecimiento, cuyo principal fin fue fomentar y explotar el sector en una época de poca bonanza.
A partir de esta iniciativa, tres años han sido ya testigos de una noche en la que el glamour y el estilo inunda a raudales las calles de capitales de no pocos países alrededor del globo terráqueo (Brasil, Australia, China, Japón, Alemania, Reino Unido, Grecia, India, Italia... y también España). Este, en concreto, como gran y fiel admiradora de este mundillo que me considero (si bien he de recalcar mi mero, y espero que pasajero, papel de seguidora, espectadora y aficionada), no he querido volverme a perder la oportunidad de ir más allá de leer las crónicas, fotos o vídeos del día de después. Por ello, pese a no tener pases VIPs, figurar en listas de tiendas como Tiffany, o contar con un impactante cuerpo de supermodelo (en la mayoría de las asistentes me baso para establecer este estereotipo), formé parte por unas horas del vasto y dispar colectivo que quiso ser partícipe y vivir una noche en la que el estilo latió y respiró con más fuerza que nunca.
No pretendo redactar mi experiencia a modo de crónica detallada -pues de ello ya se han encargado profesionales con más criterio y material del que dispongo yo- sino transmitir las humildes y subjetivas sensaciones que experimenté en mi anónimo paso por unas calles madrileñas repletas y borrachas de la flor y nata del panorama de la moda. Éstas, lejos de ser halagüeñas se acercan a cierto pesimismo con sabor a desilusión. Egocentrismo, prepotencia y chulería destilaba una gran parte de los asistentes, que más que disfrutar de una afición a lo que muchos (o al menos eso creo) consideramos un arte, se preocuparon de lucirse cual limitados diamantes en bruto en un escaparate, exprimiendo orgullosos la oportunidad de mirar de forma más justificada, y descarada si cabe, al pobre y patético espectador -anónimo ciudadano, inferior y ridiculo plebeyo- que osaba entremezclarse en una celebración que le es demasiado grande.
Fotos, alcohol, desfase, dinero, artificialidad, envidia... un mix de directrices implícitas estuvieron de manifiesto en la ya famosa FNO; valores que, desde mi humilde, y creo que poco equivocado, punto de vista, lograron relegar a un segundo plano (por no decir eliminar) a la verdadera razón del acontecimiento: el sano y sincero gusto por la belleza y el estilo.
Pese a ello, -y quizás por la terquedad e incesante aspiración que caracteriza al ser humano- no, no quiero admitir que una esfera a la que yo miro con respeto e incluso devoción, y de la que deseo fervientemente formar parte algún día, es un mundo de víboras enamoradas de sí mismas, un mundo donde lo que valen son únicamente los contactos, tu talla de sujetador, lo que cuesten la prendas que te cubren o los peces gordos a los que hayas tenido la suerte de tirarte.
De momento, y pese a evidencias como las que he expuesto, me limitaré a quedarme con las cosas buenas que me aporta esta realidad; a seguir soñando que la moda es aún como en tiempos de la gran Coco; que los valores de ésta siguen todavía intactos; que merece la pena creer y luchar por aquello que te llena, aunque tenga que ser ante el telón y no detrás de el telón.
Aunque, una vez más, la moraleja es que la corrompida mentalidad de la cosmopolita y frívola sociedad actual logra de lejos quitar el encanto a todo, ignorando descarada y tristemente la pureza y esencia de las cosas.