sábado, 10 de septiembre de 2011

Moda... ¿una realidad corrompida?


Desde el año 2009 se viene celebrando a nivel internacional lo que ha recibido el nombre de Fashion Night Out (una vez más el inglés se impone como el idioma más internacional y cool de entre todos los demás). En tiempos en los que la crisis aprieta, ni sectores tan poderosos como lo es el de la moda se salvan de resentirse; por ello, ni más ni menos y para sorpresa de muchos, surgió este acontecimiento, cuyo principal fin fue fomentar y explotar el sector en una época de poca bonanza.
A partir de esta iniciativa, tres años han sido ya testigos de una noche en la que el glamour y el estilo inunda a raudales las calles de capitales de no pocos países alrededor del globo terráqueo (Brasil, Australia, China, Japón, Alemania, Reino Unido, Grecia, India, Italia... y también España). Este, en concreto, como gran y fiel admiradora de este mundillo que me considero (si bien he de recalcar mi mero, y espero que pasajero, papel de seguidora, espectadora y aficionada), no he querido volverme a perder la oportunidad de ir más allá de leer las crónicas, fotos o vídeos del día de después. Por ello, pese a no tener pases VIPs, figurar en listas de tiendas como Tiffany, o contar con un impactante cuerpo de supermodelo (en la mayoría de las asistentes me baso para establecer este estereotipo), formé parte por unas horas del vasto y dispar colectivo que quiso ser partícipe y vivir una noche en la que el estilo latió y respiró con más fuerza que nunca.
No pretendo redactar mi experiencia a modo de crónica detallada -pues de ello ya se han encargado profesionales con más criterio y material del que dispongo yo- sino transmitir las humildes y subjetivas sensaciones que experimenté en mi anónimo paso por unas calles madrileñas repletas y borrachas de la flor y nata del panorama de la moda. Éstas, lejos de ser halagüeñas se acercan a cierto pesimismo con sabor a desilusión. Egocentrismo, prepotencia y chulería destilaba una gran parte de los asistentes, que más que disfrutar de una afición a lo que muchos (o al menos eso creo) consideramos un arte, se preocuparon de lucirse cual limitados diamantes en bruto en un escaparate, exprimiendo orgullosos la oportunidad de mirar de forma más justificada, y descarada si cabe, al pobre y patético espectador -anónimo ciudadano, inferior y ridiculo plebeyo- que osaba entremezclarse en una celebración que le es demasiado grande.
Fotos, alcohol, desfase, dinero, artificialidad, envidia... un mix de directrices implícitas estuvieron de manifiesto en la ya famosa FNO; valores que, desde mi humilde, y creo que poco equivocado, punto de vista, lograron relegar a un segundo plano (por no decir eliminar) a la verdadera razón del acontecimiento: el sano y sincero gusto por la belleza y el estilo.
Pese a ello, -y quizás por la terquedad e incesante aspiración que caracteriza al ser humano- no, no quiero admitir que una esfera a la que yo miro con respeto e incluso devoción, y de la que deseo fervientemente formar parte algún día, es un mundo de víboras enamoradas de sí mismas, un mundo donde lo que valen son únicamente los contactos, tu talla de sujetador, lo que cuesten la prendas que te cubren o los peces gordos a los que hayas tenido la suerte de tirarte.
De momento, y pese a evidencias como las que he expuesto, me limitaré a quedarme con las cosas buenas que me aporta esta realidad; a seguir soñando que la moda es aún como en tiempos de la gran Coco; que los valores de ésta siguen todavía intactos; que merece la pena creer y luchar por aquello que te llena, aunque tenga que ser ante el telón y no detrás de el telón.
Aunque, una vez más, la moraleja es que la corrompida mentalidad de la cosmopolita y frívola sociedad actual logra de lejos quitar el encanto a todo, ignorando descarada y tristemente la pureza y esencia de las cosas.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Planteamientos tras un primer día de universidad


A veces nos debatimos entre amoldarnos a una burbuja echa a nuestra medida (aislante, impenetrable, subjetiva, propia) y abrir una grieta, profunda y definitiva, entre nosotros y el mundo real.
Crisis económica, guerra política, intolerancia, egoísmo, violencia, egocentrismo, morbo, ignorancia, ansias de poder... se presenta incalculable la cantidad de términos, igual de crudos como desagradables, que se pueden emplear para definir el transcurso del existir humano. Como animal social somos considerados, se nos plantea imposible la idea de no lidiar con los iguales que pululan sin cesar a nuestro alrededor; y es que sí, todos juntos construimos un sistema sin el cual el desarrollo del hombre sería imposible de llevar a cabo. En cambio, ello no incluye aquello de hacerlo en continuo amor y armonía.
Por un lado está la exigencia de tomar conciencia sobre aquello que sustenta nuestra historia como insignificante ser individual dentro del globo, dejando a un lado el opio de la comodidad y la minoría de edad, cobarde y voluntaria; y de hecho, los seres mínimamente inteligentes asumen de manera intrínseca dicho deber. En cambio, esto convive de forma irremediable con la natural tendencia al letargo de la realización personal, la consecución de ideales que se presentan como piezas imposibles de encajar en el puzzle de las directrices sociales. El frenético deseo a taparnos ojos y oídos frente a las noticias que se publican en los diarios, a los sucesos que interpreta el telediario, al boca a boca de sanguijuelas llamadas hombres y mujeres (para evitar controversias de género), se muestra a veces tan suculento como aquella manzana que hace algunos años se atrevió a morder nuestra matriarca Eva.
Las ansias de realización y mejora personal se ven, demasiado a menudo, paliadas por lo vano y ridículo de lo establecido y lo moral, y es entonces cuando nos mostramos desesperadamente voluntarios a renunciar al paraíso que supuestamente nos ha sido otorgados. Pero... ¿que hay tras ese paraíso? ¿acaso nada? ¿acaso se han encargado aquellos que guían a la masa como ganado de borrar todo lo que hay fuera de lo que unos pocos se han atrevido a construir a capricho? ¿debemos aceptar y adoptar un vulgar molde o morir en el intento?
Definitivamente el planteamiento existencial (del que tanto se mofan muchos ignorantes) es el ingrediente más común y más callado de la imponente y poderosa sociedad contemporánea.


viernes, 2 de septiembre de 2011

Cuando la vena de poetisa te posee...


surgen renglones torcidos, imperfectos e improvisados, que en la mayoría de las ocasiones se fundamentan en la melancolía o en las vanas impresiones de una chica de 19 años.

Dulce niñez

Dulces años de inocencia

en los que todo impresiona,

en los que todo da miedo.

Reticentes modelos a seguir

que empujan en la carrera

del incesante deseo de ser mayor.

Sagrados ídolos y héroes

fabricados en televisión,

límites invisibles de lo correcto.

Juguetes rotos y pasados de moda,

acertada metáfora de los sueños

que rigen una mente aún infantil.

Burlas y risas de pequeños seres,

compañeros de pala y escuela

que abren ya la brecha del sufrimiento.

Precocidad y desenfreno,

ganas de todo y de nada.



jueves, 1 de septiembre de 2011

Resurgir de verano


Inconstancia desmedida por definición...esa es la conclusión a la que se llega después de no haber escrito ni una sola entrada desde el primaveral mes de mayo. Yo elijo contar una historia, la mía propia, y como propia que es escojo contarla a fragmentos; fragmentos inconexos y espontáneos, vanos y particulares, pero piezas de un puzzle considerablemente complejo, que encuentra entre estas páginas una vía para ver la claridad del exterior, un escape a la propia y siempre anónima persona en el que se le permite respirar y latir por si solo.
Tras la somnífera brecha vacacional viene el inminente e inevitable regreso a la realidad cotidiana. Las ganas de comenzar a construir las directrices de un nuevo año se entremezclan con la melancolía por lo pasado, el miedo a lo desconocido, las desmedidas expectativas que pueden no llegarse a cumplir y las incipientes ganas de escapar de nuevo. Un conglomerado de sensaciones que se alternan con la digestión de aquellas cosas nuevas relegadas por los dulces y sofocantes meses de verano.
El olor a otoño se hace insoportable, mientras cargamos nuestra mochila con un sinfín de proposiciones y retos, y despedimos el tiempo de letargo desde un andén imaginario con el claxon de un tren nómada como banda sonora.
Uno de los muchos puntos y aparte que agujerean el transcurrir de la experiencia vital. Una nueva oportunidad para reconstruir lo derruido y levantar nuevas esperanzas, que con el tiempo pueden llegar a ser incorpóreas.
Una vuelta más, un inicio...el regreso a casa, ¿para siempre?
Nada es para siempre.