jueves, 1 de septiembre de 2011

Resurgir de verano


Inconstancia desmedida por definición...esa es la conclusión a la que se llega después de no haber escrito ni una sola entrada desde el primaveral mes de mayo. Yo elijo contar una historia, la mía propia, y como propia que es escojo contarla a fragmentos; fragmentos inconexos y espontáneos, vanos y particulares, pero piezas de un puzzle considerablemente complejo, que encuentra entre estas páginas una vía para ver la claridad del exterior, un escape a la propia y siempre anónima persona en el que se le permite respirar y latir por si solo.
Tras la somnífera brecha vacacional viene el inminente e inevitable regreso a la realidad cotidiana. Las ganas de comenzar a construir las directrices de un nuevo año se entremezclan con la melancolía por lo pasado, el miedo a lo desconocido, las desmedidas expectativas que pueden no llegarse a cumplir y las incipientes ganas de escapar de nuevo. Un conglomerado de sensaciones que se alternan con la digestión de aquellas cosas nuevas relegadas por los dulces y sofocantes meses de verano.
El olor a otoño se hace insoportable, mientras cargamos nuestra mochila con un sinfín de proposiciones y retos, y despedimos el tiempo de letargo desde un andén imaginario con el claxon de un tren nómada como banda sonora.
Uno de los muchos puntos y aparte que agujerean el transcurrir de la experiencia vital. Una nueva oportunidad para reconstruir lo derruido y levantar nuevas esperanzas, que con el tiempo pueden llegar a ser incorpóreas.
Una vuelta más, un inicio...el regreso a casa, ¿para siempre?
Nada es para siempre.




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